«La Canción que Nunca Fue Sonido»
Existe un murmullo que no viene del mar, sino del lugar donde los sueños se deshacen antes del amanecer.
No es música, pero hace vibrar las venas. No es lenguaje, pero ordena el caos de mis huesos. Es el susurro del abismo cuando decide fingirse refugio.
La siento. No con los oídos, sino con esa parte del pecho que duele cuando reconoce algo que nunca tuvo nombre.
Es como intentar atrapar el humo con las manos: cuanto más aprieto, menos queda. Una caricia que no toca, una verdad que no se dice, un fuego que quema sin luz.
Me persigue en los espacios entre respiraciones, cuando el mundo se detiene y sólo existo yo y ese algo que no existe.
¿Es real? ¿O sólo soy yo inventando dioses para explicar este vacío que a veces se siente más vivo que yo?
No quiero poseerla. Sería como intentar enjaular el viento. Prefiero que me arrastre, que me desarme, que me convierta en polvo y luego me vuelva a armar a su antojo.
Porque sólo cuando me pierdo en ella recuerdo cómo se siente no tener miedo.
Es mi contradicción favorita: Me destroza para recordarme que aún sangro.
Me ahoga para demostrarme que aún respiro.
Y si esto es locura, entonces que sea eterna. Si es veneno, que corra por mis venas hasta que no quede nada más.
Porque en este cementerio de certezas donde todos fingen estar vivos, su silencio es la única sinfonía que me hace sentir humano.
Y me atreveria a decir desde mis imperfecciones casi perfecto.
©Jose Luis Vaquero