«El Mapa Roto por la Realidad Consciente»
Hay una tristeza que no es como las demás. No nace de un corazón roto ni de una pérdida concreta, sino de la mirada que atraviesa la superficie del mundo y descubre, detrás del brillo engañoso, el tejido gris de la realidad.
Es la tristeza de quien ha visto demasiado, de quien ya no puede engañarse.
La vida, se descubre entonces, no es el gran relato épico que nos prometieron de niños, sino un rosario de instantes mínimos, casi todos olvidables.
Los días no están hechos de hazañas, sino de gestos repetidos: el café de la mañana, la mirada distraída hacia el mismo paisaje, las palabras que se dicen por costumbre.
El amor, lejos de ser un fuego eterno, es una llama temblorosa, siempre a punto de apagarse con la primera ráfaga de viento frío.
Y la felicidad… ah, la felicidad no es más que un destello en la penumbra, un segundo de luz que se escurre entre los dedos antes de que podamos asirla.
En ese saber, hay una soledad tan vasta como el océano. Porque comprendes que nadie, por más cercano que estés, puede acompañarte del todo en ese viaje.
Los demás siguen creyendo en los cuentos, en los finales felices, en la permanencia de lo que por naturaleza es transitorio.
Y tú, que has visto la fragilidad de todo, te conviertes en un espectador silencioso, un extranjero en un mundo que insiste en fingir que es sólido cuando en realidad está hecho de arena.
Pero quizá, en medio de esa tristeza, haya también una especie de belleza.
Porque solo quien ha aceptado el vértigo de la fugacidad puede apreciar, con verdadera intensidad, esos breves instantes en los que la vida, a pesar de todo, se ilumina.
© Jose Luis Vaquero
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[…] cuando el viento susurra, ella sonríe. Sabe que somos solo notas en una melodía eterna, invitados a bailar en un festín de segundos. Y cuando la música cese, no […]