«El Eco de los Silencios»
El tiempo pasa y no se detiene, pero los recuerdos siempre se quedan… Esa frase resonaba en la mente de Clara mientras observaba el viejo reloj de pared en la sala de su casa.
El tic-tac constante parecía burlarse de ella, recordándole que la vida seguía su curso, a pesar de que su corazón se resistía a avanzar.
Habían pasado años desde que él se había ido, pero su presencia aún habitaba en cada rincón de su ser.
Los recuerdos eran como sombras que la acompañaban en los momentos de soledad, llenando los silencios que desesperaban su alma. A veces, cerraba los ojos y podía escuchar su risa, sentir su mano en la suya, como si el tiempo no hubiera pasado nunca.
«Te quedaste en mí», susurró Clara, mientras acariciaba la fotografía desgastada que guardaba en su bolsillo.
Era una imagen de ambos, tomada en un día soleado de verano, cuando el mundo parecía detenerse solo para ellos. Pero el mundo no se detuvo, y él siguió su camino, dejándola atrás con un corazón roto y un alma que anhelaba lo que ya no podía ser.
«Sigue sin mí y vive una vida plena», había sido su última petición antes de partir. Clara había asentido, prometiendo que lo haría, pero cumplir esa promesa había sido más difícil de lo que imaginaba.
Cada día era una batalla entre el deseo de seguir adelante y la necesidad de aferrarse a lo que alguna vez fue.
Con el paso del tiempo, Clara aprendió a convivir con los recuerdos. Ya no lloraba cada vez que escuchaba su canción favorita o pasaba por el café donde solían encontrarse.
En lugar de eso, sonreía, agradecida por los momentos que habían compartido. Los recuerdos ya no eran una carga, sino un tesoro que guardaba celosamente en lo más profundo de su corazón.
El reloj seguía marcando el tiempo, imparable, pero Clara había encontrado una manera de vivir con él.
Había aprendido que, aunque el tiempo no se detiene, los recuerdos son eternos. Y en esos recuerdos, él siempre estaría con ella, llenando los silencios y acompañándola en cada paso del camino.
«Sigue sin mí», repitió en voz baja, mientras el sol se ponía en el horizonte. Y esta vez, sus palabras no estaban llenas de tristeza, sino de aceptación y paz.
Porque sabía que, aunque el tiempo pasara, los recuerdos siempre se quedarían, y con ellos, el amor que nunca se desvanecería.
REFLEXIÓN: Los recuerdos que a vecen parecen enemigos ahora no los consideraba una carga sino un tesoro que guardaba celosamente en lo más profundo de su ser.
©Jose Luis Vaquero | salfueradeti.com