«Heridas que no sanan, vasos rotos que no se llenan «
El silencio de la habitación era casi tangible, como si las paredes absorbieran cada uno de mis pensamientos.
Me senté en el borde de la cama, mirando el vaso roto en el suelo, los pedazos esparcidos como fragmentos de algo que alguna vez fue entero.
Y entonces, la frase vino a mí, clara y contundente: Ya no es tiempo de ahogarnos en vasos rotos ni de desgastarnos por heridas que sabemos que no sanarán.
¿Cuánto tiempo había pasado intentando recomponer lo que ya no tenía solución?
¿Cuántas noches había perdido llorando por heridas que, en el fondo, sabía que nunca cicatrizarían del todo?
Me levanté y caminé hacia la ventana, observando cómo la lluvia golpeaba los cristales. Era curioso cómo el mundo seguía su curso, indiferente a mi dolor.
Ya no es tiempo, me repetí. No podía seguir viviendo en el pasado, aferrándome a recuerdos que solo me traían más dolor.
Las heridas estaban ahí, sí, pero no por eso debía permitir que definieran mi presente. Respiré hondo, sintiendo cómo el aire fresco llenaba mis pulmones, y decidí que era hora de soltar.
El vaso roto seguía en el suelo, pero ya no me importaba. Lo recogería más tarde, o quizás no. Lo importante era que ya no me ahogaría en él.
Porque, al final, las heridas que no sanan no son más que recordatorios de que somos humanos, de que vivimos, de que amamos. Y eso, en sí mismo, ya es suficiente.
Pero sé, que, ya no estiempo de ahogarnos en vasos rotos ni de desgastarnos por heridas que sabemos que no sanaran…
©Jose Luis Vaquero
[…] Sabía que tenía razón. Habían convertido su relación en una obra de teatro, donde cada uno interpretaba un papel para evitar el […]