» El Poder de Callar y la Magia de Escuchar»
Desde pequeña, Ana había sido señalada como «la callada». En la escuela, los profesores le pedían que participara más, que alzara la voz, que no se quedara siempre en un segundo plano.
Sus compañeros la veían como alguien tímida, incluso retraída, y aunque no le faltaban amigos, siempre había un comentario sobre su silencio.
«¿Por qué no hablas más?», le preguntaban una y otra vez. Ana no sabía cómo responder. No era que no tuviera nada que decir, sino que prefería escuchar.
Pero en un mundo que valoraba la elocuencia y la rapidez, su silencio parecía un defecto.
Con el tiempo, Ana comenzó a creer que lo era. En la universidad, en el trabajo, incluso en sus relaciones personales, sentía que su tendencia a escuchar más que a hablar la hacía parecer menos interesante, menos importante.
Intentó forzarse a cambiar, a ser más extrovertida, a llenar los vacíos con palabras. Pero cada vez que lo hacía, se sentía falsa, como si estuviera traicionándose a sí misma. Hasta que un día, en medio de una crisis personal, todo cambió.
Una amiga cercana estaba pasando por un momento difícil. Ana, como siempre, se sentó a su lado y la escuchó.
No interrumpió, no ofreció soluciones rápidas, no intentó minimizar su dolor con frases hechas. Simplemente estuvo allí, presente, con una escucha atenta y sincera.
Al final, su amiga la abrazó y le dijo: «Gracias por no decir nada. Gracias por escuchar. Eso es lo que más necesitaba».
Fue en ese momento que Ana entendió que su silencio no era un defecto, sino una fortaleza.
En un mundo lleno de ruido, donde todos parecían competir por ser escuchados, ella tenía el don de ofrecer algo mucho más valioso: su presencia.
Aprendió que no siempre era necesario hablar, que a veces las palabras podían ser vacías si no se meditaban primero.
Y que, antes de expresar algo, era importante interiorizarlo, asegurarse de que lo que saliera de su boca fuera auténtico, que le provocara verdadera libertad y no solo el deseo de llenar un vacío.
Con el tiempo, Ana se convirtió en esa persona a la que todos acudían cuando necesitaban ser escuchados.
No era la más habladora en las reuniones, ni la más extrovertida en las fiestas, pero su capacidad de escuchar, de estar presente, de conectar con los demás desde el silencio, la convirtió en alguien indispensable.
Y finalmente, Ana comprendió que su «defecto» era, en realidad, su mayor fortaleza. Había dado un vuelco a todo lo que callaba, y en ese proceso, había encontrado su verdadera voz.
©Jose Luis Vaquero