«El Peso de las Alas»
Clara se sentó en el borde de la cama, con las manos apoyadas sobre sus rodillas, respirando profundamente.
El silencio de la habitación parecía gritarle al oído, recordándole todo aquello que llevaba años arrastrando.
Era como si llevara una mochila invisible llena de piedras: algunas pesaban más que otras, pero todas la mantenían atada a un suelo que ya no quería pisar.
Se levantó y se acercó al espejo. Su reflejo la miró de vuelta, pero no era solo ella quien estaba allí. También estaban las voces que le habían dicho lo que debía ser, lo que debía hacer, lo que estaba mal en ella.
Eran como sombras que se movían detrás de su imagen, susurrando palabras que ya no quería escuchar. «¿Por qué sigues cargando con todo eso?», se preguntó en voz baja.
Clara sabía que no era fácil liberarse de esas cadenas. La mente, esa aliada y enemiga a la vez, a veces parecía tener vida propia. Era como un río que fluía en todas direcciones, arrastrando pensamientos que la hundían en aguas oscuras. Pero también sabía que podía aprender a nadar, a encontrar la corriente que la llevara a un lugar más tranquilo.
Cerró los ojos y respiró hondo. «No tienes que ser perfecta», se dijo a sí misma. Esas palabras, simples pero poderosas, resonaron en su interior como un eco que lentamente empezaba a disipar las sombras.
Sabía que no podía cambiar el pasado, pero sí podía elegir cómo dejar que la afectara. Podía aprender a tratarse con amabilidad, a abrazar sus errores como parte de lo que la hacía humana, a soltar aquello que ya no le servía.
Se imaginó a sí misma como un árbol. Había crecido torcida por los vientos fuertes, pero sus raíces seguían firmes, y sus ramas, aunque dobladas, aún podían alcanzar el cielo.
«No tienes que ser recta para ser fuerte», pensó. Y en ese momento, sintió que algo dentro de ella comenzaba a cambiar.
Clara abrió los ojos y se miró de nuevo en el espejo. Esta vez, las sombras parecían más tenues, como si la luz de su propia aceptación las estuviera desvaneciendo. Sabía que el camino no sería fácil, que habría días en los que las piedras volverían a pesar, pero también sabía que tenía la fuerza para seguir adelante.
Porque, al final, el cambio no era algo que sucediera de la noche a la mañana, sino un proceso, un viaje que comenzaba con un solo paso: el de elegir tratarse bien.
Y así, con una sonrisa tímida pero sincera, Clara decidió que era hora de soltar algunas de esas piedras.
Porque, aunque no podía cambiar el peso del pasado, sí podía elegir cuánto dejaría que la definiera. Y en ese momento, sintió que sus alas, aunque aún pesadas, empezaban a desplegarse.
©Jose Luis Vaquero | salfueradeti.com
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[…] un reflejo de lo que ella misma sentía. Sabía que no era fácil ver las cosas con claridad cuando las emociones estaban de por […]