«El Idioma de lo No Dicho»
A veces el amor no muere por lo que se grita, sino por lo que se calla en los intervalos de calma. Es en esos espacios de aparente paz donde se gesta el verdadero adiós, cuando las palabras necesarias se quedan suspendidas en el aire como notas musicales que nunca encuentran su partitura.
Como una canción que se desvanece no por las notas estridentes, sino por los silencios mal colocados entre ellas. Esos vacíos que debieron ser puentes y terminaron siendo abismos.
Marina y Jorge habían convertido su diálogo en un museo de frases inconclusas. Cada «estoy bien» era en realidad un «me estoy rompiendo por dentro».
Cada «no es nada» escondía un universo de preocupaciones no compartidas. Las paredes de su casa guardaban más secretos que confesiones, más suspiros que risas.
Las discusiones eran tormentas pasajeras, ráfagas intensas que limpiaban el aire momentáneamente, pero el verdadero peligro habitaba en esas pausas de café frío donde ninguno se atrevía a mirar al otro por miedo a encontrar un extraño.
En esos minutos pesados como plomo donde el tictac del reloj sonaba más fuerte que cualquier confesión pendiente.
Y es que… cuanto más se esforzaban por evitar el conflicto, más profundas se hacían las grietas. Como navegantes que, por miedo a la tormenta, dejaban que su barco encallara en el silencio.
Creían estar protegiendo lo que quedaba de amor, cuando en realidad estaban enterrando los últimos vestigios de conexión.
Sus noches eran ahora como libros con las páginas pegadas – aparentemente intactos, pero imposibles de leer. La intimidad se había convertido en un ritual vacío, donde los cuerpos se acercaban por costumbre pero las almas habitaban universos paralelos.
El sofá donde antes se enamoraron, donde sus risas habían tejido promesas, se convirtió en una frontera de almohadas que ninguno osaba cruzar.
El amor de Marina y Jorge era como un reloj de arena atascado – el tiempo seguía cayendo, los días seguían pasando, pero ya no marcaba nada.
Cumplían rutinas, celebraban aniversarios, pero cada grano de arena era sólo un recordatorio de lo que ya no fluía entre ellos.
La mañana que Jorge empacó su maleta en silencio, ambos entendieron la verdad más cruel: habían estado de luto por su relación mucho antes de admitir su final.
Llevaban meses, quizás años, enterrando pedazos de amor en pequeños funerales privados. Lo que parecía ser un final repentino era en realidad el epílogo de una larga despedida.
Por que… algunos amores no terminan con estruendo ni tormentas, sino con el sonido de un corazón aprendiendo a latir en solitario otra vez.
Con el crujido de una puerta que se cierra sin portazo. Con el último sorbo de un café que ya nadie comparte.
Y así, entre silencios que pesaban más que mil discusiones, Marina y Jorge descubrieron que el amor no siempre muere por lo que se destruye, sino por lo que nunca se reparó.
Por las palabras que se quedaron atrapadas en la garganta, por los abrazos que nunca se dieron, por los silencios que se confundieron con paz cuando en realidad eran el principio del fin.
©Jose Luis Vaquero
https://cr-v.su/forums/index.php?autocom=gallery&req=si&img=4021