«El lenguaje secreto de las corrientes»
Hace algún tiempo Clara dedicaba sus días a una batalla absurda contra el río, empeñada en torcer el curso del agua con sus propias manos.
Cada amanecer la encontrabas en la misma posición: pies enterrados en el lecho pedregoso como raíces enfermas, brazos temblorosos extendidos contra la corriente, pretendiendo domeñar lo indomable.
Creía, con obstinación digna de mejor causa, que las aguas conspiraban para arrastrarla ( su vida) hacia destinos no elegidos por ella.
Pasaba las horas contando sus fuerzas como monedas gastadas, midiéndose contra la marea con la terquedad de quien confunde valor con necedad.
Sus uñas, astilladas y sangrantes, arañaban las piedras pulidas por siglos de caudal. Sus músculos, cordones tensos de desesperación, ardían en fuego lento.
Mientras, el río -ancestral e impasible- seguía su camino murmurando verdades que Clara no quería oír: que la resistencia es el más vano de los esfuerzos, que nadie gana una guerra contra el movimiento eterno.
El ocaso de un día particularmente frío la encontró derrotada, tendida sobre guijarros que habían dejado de doler.
Deja de pelear contra ti, acepta el reto y comienza a vivir
El agua le lamía las heridas con indiferencia compasiva. Fue entonces, con el pecho ardiendo y el alma exhausta, cuando la revelación llegó como un suspiro entre las olas: la libertad no se conquista a empujones contra el alma, sino que se recibe al cesar la lucha.
Comprendió que había malgastado sus días combatiendo un espejismo, que el verdadero enemigo nunca fue la corriente, sino su propio miedo a dejarse llevar, ese pánico ancestral a lo que no puede controlarse.
Con una calma que no conocía en sí misma, cerró los ojos y permitió que el agua le rodeara los hombros como un manto líquido.
Las cicatrices en sus palmas, antes estandartes de su terquedad, se transformaron en constelaciones de un mapa nuevo. El río, otrora adversario, se reveló entonces como el más sabio de los guías.
Cuando por fin se abandonó al fluir, descubrió la paradoja esencial: que la verdadera paz no está en el destino, sino en el viaje; no en el puerto, sino en la marea.
Aprendió, observando cómo los juncos bailan sin romperse, cómo las hojas caídas navegan sin prisa, que la fragilidad no es debilidad cuando se convierte en adaptación.
Ahora, cuando las noches son quietas y el río canta sus historias a la luna, Clara (que ya no forcejea) sonríe al recordar su antigua necedad.
Sabe que la vida, como las aguas, tiene su propio ritmo sagrado. Y que solo cuando dejamos de empujar el mundo descubrimos que estaba empujándonos hacia donde necesitábamos ir desde el principio.
©Jose Luis Vaquero.
[…] bien así, sobreviví a tanto…». Pero en la cueva más oscura de tu pecho, donde ni siquiera tú entras sin miedo, algo susurra que esa armadura que te costó años forjar ahora pesa más que lo […]
Can’t wait to read more posts like this. Subscribed!
Short but packed with value. Love it!
Your content never disappoints. Keep it up!
Thanks for breaking this down so simply!