» Cuando la cercanía se convierte en distancia»
El café estaba casi vacío, salvo por el murmullo bajo de una pareja en la esquina y el sonido ocasional de la cuchara al revolver el azúcar en la taza.
Marta y Lucas se sentaron frente a frente, como lo habían hecho tantas veces antes, pero esta vez el silencio entre ellos era distinto.
No era el silencio cómodo de quienes se conocen de memoria, sino uno cargado de palabras no dichas, de preguntas que flotaban en el aire pero que ninguno se atrevía a pronunciar.
Lucas jugueteaba con el borde de su taza, evitando la mirada de Marta. Ella, por su parte, observaba cómo la luz de la tarde se filtraba por la ventana y caía sobre la mesa, iluminando las grietas en la madera.
Era curioso, pensó, cómo algo tan pequeño podía parecer tan grande cuando lo miras de cerca. Las grietas en la mesa, las grietas en ellos.
—A veces —dijo Marta al fin, rompiendo el silencio—, el espacio desde la cercanía es respeto, pero desde la distancia es lejanía.
Lucas levantó la vista, sorprendido por la frase. No era algo que ella solía decir, pero resonó en él como un eco de algo que ya sabía, pero que no quería admitir.
—¿Estás diciendo que necesitamos distancia? —preguntó, con una voz que intentaba sonar firme pero que traicionaba una pizca de vulnerabilidad.
Marta suspiró, mirando por la ventana. El parque frente al café estaba lleno de gente caminando, riendo, viviendo. Parecía un mundo aparte, ajeno al suyo.
—No sé —respondió finalmente—. Solo sé que a veces, cuando estamos demasiado cerca, nos lastimamos sin querer. Y tal vez, si nos alejamos un poco, podamos vernos mejor. Entender qué es lo que realmente queremos.
Lucas asintió lentamente, aunque no estaba seguro de estar de acuerdo. Para él, la cercanía era lo único que importaba, pero también entendía que Marta necesitaba algo que él no podía darle en ese momento. O quizás nunca.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
Marta lo miró, y por primera vez en mucho tiempo, sus ojos transmitieron una especie de paz, como si ya hubiera aceptado lo inevitable.
—Nos damos espacio —dijo—. No para siempre, solo por un tiempo. Para ver si la distancia nos acerca o nos aleja definitivamente.
Lucas asintió de nuevo, esta vez con más convicción. Sabía que no había otra opción. Y mientras salían del café, cada uno por su lado, no pudieron evitar sentir que, aunque el espacio entre ellos era una realidad imposible de ser ignorada, también era necesario.
A veces, el respeto y la lejanía eran dos caras de la misma moneda, y solo el tiempo diría cuál de las dos quedaría boca arriba.
©Jose Luis Vaquero