» Dejar ir, El miedo a Escalar Duele Más que la Caída.»
El taller de Bruno olía a aceite de máquina y nostalgia. Entre engranajes oxidados, diecisiete relojes de péndulo marcaban horas distintas, todos detenidos en el minuto exacto en que su esposa cerró la maleta.
Los limpiaba cada martes, aunque sabía que jamás volverían a latir.
—Son como tú —dijo Camila, su vecina montañesa, señalando los relojes mientras dejaba una cesta de manzanas—. Atrapando tiempo muerto en cajas de roble.
Bruno no respondió. Prefirió frotar el cristal empañado de un reloj de bolsillo cuyo tic-tac recordaba los pasos de ella bajando la escalera.
Camila, que guiaba expediciones al Pico del Cuervo, lo invitaba cada amanecer:
—El río se lleva los relojes rotos. La montaña enseña a vivir sin minutos.
Pero Bruno prefería su cueva de poleas y segunderos, donde el tiempo era un bucle controlable.
Hasta que una crecida del río Salzura arrastró el puente viejo, el mismo donde su esposa lo besó por última vez.
Al encontrar solo pilares desnudos, Bruno recogió un puñado de arena del lecho seco.
Las piedras redondas —pulidas por décadas de corriente— le recordaron que el agua no lucha por guardar su cauce, solo busca nuevos caminos.
Esa noche, subió al mirador con el reloj de bolsillo. Las estrellas titilaban como esferas cósmicas. Camila apareció con una linterna frontal:
—Las montañas no crecen hacia arriba, Bruno. Se desgastan para convertirse en valles.
Al amanecer, hizo una pira con los relojes. El fuego devoró péndulos y cadenas, liberando un humo que olía a liberación agridulce. Camila le tendió un piolet.
—¿Y si no puedo?
—El miedo a escalar duele más que la caída.
Ahora, cuando Bruno guía grupos por el Pico del Cuervo, lleva en la mochila un solo reloj sin manecillas.
Lo encontró semi-enterrado en un sendero, corroído por la lluvia y el viento. A veces lo frota al pasar junto al río, donde los fragmentos de sus viejos relojes brillan como escamas de peces de plata.
Aprendió que los ríos no existen para ser puentes, ni las montañas para ser conquistadas. Existen para recordarnos que crecer duele, pero estancarse mata.
©Jose Luis Vaquero
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