Como balada de un tiempo perdido puedo ver las hojas vanas, muertas que el viento arrastra. El tiempo se escapaba de mis manos, perdiéndose en la fugacidad de sus propios minutos sin poderlo controlar y se configura en esa dualidad triste y a la vez oscura de mi realidad.
Durante tanto tiempo mi existencia estaba anclada a la madera de sueños ajenos, mientras mis noches y días revoloteaban sobre mí, dejando tras de sí una estela efímera, contaminada y vacía.
Una nostalgia distante me invadía, poblándome con recuerdos dispersos a veces coherentes otras veces inconexos. Los elementos de la tierra y el mar se reflejaban en mis ojos, pero escapaban nuevamente a través de lágrimas sin un propósito claro sin enojo.
Era como si la realidad se desvaneciera entre papeles ciegos en una tarde vacía, y las imágenes se desdibujaran en la mirada, como si fueran invisibles gotas de una llovizna mortal que trasncurría en el fondo de un lienzo aún por dibujar.
En lugar de manos, sombras entorpecidas se proyectaban, enajenándose en espejos que devoraban todo lo que tocaban. Memorias y esperanzas callaban su agónica historia, mientras un presente obstinado demoraba siempre entre las mismas ramas amarillas, como si el tiempo se hubiera perdido en un bucle sin sentido.
El transcurrir sin dirección consumía el amor que yacía en mi corazón, como una primavera lamentable que engendraba flores destinadas al olvido. Sin embargo, en la oscuridad de mi desconcierto, mi corazón velaba en silencio, ajeno a su propia sabiduría.
Rescatando su llama oculta, el amor resucitaba en mí, transformando la pasividad en una fuerza vital. El tiempo, que en otro momento se escapaba, ahora me envolvía entre sus hojas vivas, tejiendo un presente feliz que se nutría de los sueños gestados durante largas vigilias.
Cada instante se convertía en un lienzo donde se pintaban los colores de la vida, liberándome de las ataduras de un pasado que se desvanecía. Era como si el tiempo, en lugar de ser un enigma sin sentido, se revelara como un cómplice que resguarda la esencia de mis anhelos y alegrías.
En este renacer, descubrí que el tiempo, lejos de ser un tirano que se desliza sin rumbo, se convierte en el tejedor de experiencias, en el arquitecto de momentos que dan forma a la trama de la existencia. Ahora, el tiempo se erige como un aliado, un cómplice que guarda en sus hojas vivas los sueños que, nacidos en la vigilia, se materializan en la plenitud de la realidad.
Tal y como balada de un tiempo perdido, quedé sumido en el reencuentro conmigo mismo siendo consciente de que me había encontrado sin haberme perdido, la realidad es que siempre estube ahí.
© copyrigth | Jose Luis Vaquero
Y al fin llegó ese día en que me liberé de mis ataduras y fui libre, renació aquella que siempre estuvo ahí pero no la dejaban emerger a la superficie.
Hoy nado sin miedo a hundirme otra vez.