«La paradoja del espejo: cuando el reflejo ya no te reconoce»
El espejo empañado del baño te devuelve una pregunta cada mañana: «¿Quién eres hoy?». Te observas con esa mezcla de curiosidad y temor, buscando en tu reflejo algún rastro familiar.
Pero los ojos que te miran ya no son los de hace un año, ni siquiera los de hace un mes. La piel guarda nuevas líneas, el gesto ha aprendido otros códigos. ¿Dónde quedó aquella persona que creías ser?
¿Te reconoces cada mañana en el espejo?
Pasas los dedos por el cristal, como si pudieras borrar la niebla del tiempo. Pero el desconocido que te devuelve la superficie sigue ahí: Ayer soñabas con océanos abiertos. Hoy anhelas la quietud de los lagos. Mañana… quién sabe qué mapa dibujará tu corazón.
Es la paradoja: «Somos los mismos, pero nunca iguales». Como un río que jamás bebe dos veces la misma agua, pero insiste en serpentear hacia el mar.
Lo que permanece cuando todo cambia
En medio de este torbellino de transformaciones, algo se aferra con terquedad: Esa risa que sigue brotando igual cuando te sorprendes a ti misma. Esa rabia que aún sabe a hierro en la boca ante las injusticias. Esas ganas de vivir que persisten como raíces bajo la tierra movediza.
«No somos lo que perdemos, sino lo que insistimos en conservar», susurra el relato. El truco está en distinguir entre lo que debe irse (los miedos viejos, las pieles que ya no nos caben) y lo que merece quedarse (la esencia que nos hace únicos).
El arte de navegar en la contradicción
Este pensamiento, la reflexión personal es un salvavidas para quienes: Se sienten extranjeros en su propia historia. Extrañan versiones pasadas de sí mismos. Temen que el cambio los aleje de su centro de gravedad.
La próxima vez que el espejo te devuelva una mirada desconocida, recuerda: no estás perdiendo quien eras, estás ganando quien serás. El relato no ofrece respuestas fáciles, sino la valentía de habitar la pregunta.
¿Y tú? ¿Qué parte de ti ha resistido todos los cambios? Cuéntanos en comentarios. ▼
©Jose Luis Vaquero