» Cuando no queda nada, decir adiós es lo correcto «
El viento frío de la noche acariciaba su rostro mientras Clara caminaba por el parque, aquel lugar que tantas veces había sido testigo de sus risas, sus conversaciones y sus silencios cómplices.
Pero esa noche no había risas, ni conversaciones, ni complicidad. Solo el eco de sus pasos sobre las hojas secas y el peso de una decisión que había tomado semanas atrás, pero que aún resonaba en su corazón como un trueno lejano.
Se detuvo frente al banco donde solían sentarse, el mismo banco donde él le había dicho por primera vez que la amaba.
Respiró hondo, como si el aire pudiera darle el valor que necesitaba para seguir adelante. Y entonces, como si el universo conspirara en su contra, lo vio.
Él estaba allí, de pie, con las manos en los bolsillos de su abrigo, mirándola con esos ojos que alguna vez habían sido su refugio.
Clara sintió cómo el corazón le latía con fuerza, como si quisiera escapar de su pecho. No estaba preparada para esto, no ahora.
—Clara —dijo él, con una voz que era tan familiar como dolorosa.
Ella no respondió de inmediato. Simplemente lo miró, tratando de encontrar en su rostro las respuestas a las preguntas que la habían atormentado durante semanas.
—Hola, Daniel —dijo finalmente, con un tono que intentaba ser neutral, pero que no lograba ocultar del todo el temblor en su voz.
Hubo un silencio incómodo, como si ambos supieran que había algo que debía ser dicho, pero que ninguno se atrevía a pronunciar.
—¿Por qué te fuiste? —preguntó él finalmente, rompiendo el silencio con una pregunta que llevaba semanas carcomiéndolo por dentro.
Clara cerró los ojos, sintiendo cómo las lágrimas que había estado conteniendo comenzaban a asomarse.
No quería llorar, no frente a él. Pero las palabras que llevaba guardadas tanto tiempo brotaron antes de que pudiera detenerlas.
—Me fui porque quedarme dolía más que irme —dijo, con una voz quebrada—. No quería lastimarte más de lo que ya lo estaba haciendo.
Daniel la miró, confundido, como si no entendiera del todo lo que ella estaba diciendo.
—¿Lastimarme? —preguntó—. ¿Cómo podrías lastimarme si lo único que quería era estar contigo?
Clara respiró hondo, tratando de ordenar sus pensamientos.
—Porque no éramos felices, Daniel —dijo finalmente—. Porque cada día que pasaba juntos era un recordatorio de todo lo que no funcionaba entre nosotros.
Y yo no quería que nos convirtiéramos en esos dos personas que se quedan juntas por costumbre, por miedo a estar solos. No quería que nos destruyéramos poco a poco.
Él guardó silencio, como si esas palabras lo hubieran golpeado con más fuerza de la que estaba preparado para soportar.
—Pero podríamos haberlo intentado —dijo finalmente, con un tono que era casi un susurro—. Podríamos haberlo arreglado.
Clara lo miró, sintiendo cómo el dolor en su pecho se hacía más intenso.
—No todo se puede arreglar, Daniel —dijo—. A veces, lo más amoroso que puedes hacer es dejar ir a alguien, incluso si duele.
Hubo otro silencio, más largo esta vez. Ambos sabían que no había nada más que decir, que algunas cosas simplemente son así, y que no hay vuelta atrás.
—Cuídate, Daniel —dijo Clara finalmente, dando un paso atrás.
—Tú también, Clara —respondió él, viéndola alejarse.
Y así, con el corazón roto pero aliviado, Clara siguió caminando por el parque, dejando atrás no solo a Daniel, sino también la parte de ella que había creído que el amor lo podía todo.
Porque a veces, el amor no es suficiente. Y a veces, irse es la única manera de salvarse a uno mismo.
©Jose Luis Vaquero