» Perdido en mis desencuentros «
—¿Por qué sigues golpeando esa puerta? —me pregunto en voz baja, mientras miro mis manos, cansadas de tanto insistir—.
Ya sabes que no se abrirá. No importa cuánto forcejees, cuánto te esfuerces, cuánto desees que cambie. Algunas puertas están cerradas para siempre, y no hay manera de cruzarlas.
Me quedo en silencio, tratando de encontrar una respuesta, pero solo encuentro excusas.
—Porque duele dejarla atrás —susurro—. Porque me acostumbré a estar aquí, esperando, creyendo que algún día cederá.
—¿Y qué has ganado con eso? —vuelvo a preguntarme, esta vez con más firmeza—. ¿Acaso no te das cuenta de que el mundo no se reduce a esa puerta? Hay cientos, miles de caminos ahí afuera, esperándote.
Caminos que no tienen cerrojos, que no exigen que te rompas para recorrerlos.
—Pero… ¿y si no encuentro nada mejor? —protesto, con esa voz pequeña que siempre aparece cuando el miedo se apodera de mí—. ¿Y si me equivoco?
—¿Y si no lo haces? —replico, con una voz más calmada, más sabia—. ¿Y si al soltar lo que no te pertenece, encuentras algo que sí lo hace? Algo que no requiere que te desgastes, que no te pide que cambies para encajar.
Me quedo callado, pensando en esas palabras. Es verdad, siempre he creído que si no lucho por lo que quiero, no lo merezco.
Pero… ¿y si lo que quiero no está detrás de esa puerta? ¿Y si está en otro lugar, esperando que tenga el valor de buscarlo?
—Aferrarse a lo que se cierra es como darle la espalda a todo lo que podría ser —me digo, con una certeza que antes no tenía—.
Es quedarte estancado en un lugar que ya no te pertenece, mientras el mundo sigue girando, lleno de posibilidades que ni siquiera has imaginado.
Respiro hondo, sintiendo cómo algo dentro de mí se desprende, como si un peso que llevaba años cargando finalmente se soltara.
—Tal vez es hora de dejar de golpear —me digo, con una sonrisa triste pero esperanzada—.
Tal vez es hora de dar un paso atrás, de mirar alrededor y darme cuenta de que hay otros caminos, otros lugares donde sí encajo.
Donde no tengo que forzar nada, donde las puertas están abiertas de par en par, esperándome.
Y entonces, por primera vez en mucho tiempo, siento que no estoy perdiendo algo, sino ganando la oportunidad de encontrar algo nuevo. Algo que florezca sin esfuerzo, algo que esté hecho para mí.
—El mundo es grande —me recuerdo—. Y no todo está perdido. Solo hay que soltar lo que ya no nos pertenece para poder abrazar lo que sí lo hace.
Y con esa idea en mente, doy media vuelta y empiezo a caminar, dejando atrás la puerta que nunca se abrió, pero con la certeza de que, en algún lugar, hay otra esperándome.
©Jose Luis Vaquero