«La Valentía de las Palabras Rotas»
El café estaba casi vacío. Solo el murmullo de las tazas al chocar contra los platos y el aroma a granos recién molidos acompañaban a Ana, quien jugueteaba nerviosa con el azucarero.
Tenía la mirada fija en la puerta, esperando que él apareciera. Cada segundo que pasaba le recordaba que lo que estaba a punto de hacer podría cambiarlo todo.
—Para decir lo que se siente, a veces hay que ser valiente, aunque por dentro te estés muriendo de miedo —murmuró para sí misma, repitiendo las palabras que su amigo Lucas le había dicho la noche anterior.
Lucas, con su sonrisa desgarbada y su eterna camisa de cuadros, siempre insistía en que el fuerte no era el que callaba, sino el que se arriesgaba a exponer su corazón.
«Prefiero pelear mostrándome, aunque me rompan el alma, que vivir escondido», le había dicho, mientras arreglaba libros en la librería donde ambos trabajaban.
La campanilla de la puerta sonó. Él entró, con su chaqueta de cuero y esa manera de caminar que a Ana le recordaba a un río tranquilo. Se sentó frente a ella, sonriendo como si no sospechara que aquella reunión era distinta a las demás.
—¿Qué querías contarme? —preguntó, inclinándose hacia adelante.
Ana tragó saliva. Sentía el miedo como un nudo en la garganta, pero también una urgencia feroz, como si callar fuera traicionarse a sí misma.
—He pensado mucho en esto —comenzó, mirando sus manos temblorosas—. Y sé que puede sonar absurdo, pero necesito decírtelo. Te quiero. No como amigos, no como compañeros. Te quiero de una manera que me asusta.
El silencio se instaló entre ellos. Él parpadeó, sorprendido, y Ana sintió que el mundo se desmoronaba. Pero entonces recordó las palabras de Lucas: «La vida te da oportunidades para mostrarte como eres, no para esconderte».
—No espero que sientas lo mismo —añadió, con una voz más firme de lo que creía posible—. Pero tenía que decirlo. Porque si no, estaría negando una parte de mí.
Él no respondió de inmediato. Su mirada se perdió en el vapor de su café, y Ana sintió la dualidad de la que Lucas hablaba: el dolor agudo de la incertidumbre, pero también la libertad de haber sido honesta.
Finalmente, él suspiró.
—Ana, yo…
No importó lo que dijera después. Porque en ese instante, ella entendió que la valentía no estaba en la respuesta, sino en el acto de abrirse. En elegir el riesgo de ser vista, aunque el alma quedara hecha pedazos.
Al salir del café, el viento frío le golpeó el rostro, pero Ana sonrió. Por primera vez, no llevaba el peso de un secreto. Y eso, aunque el corazón le latiera con fuerza, la hacía sentir más viva que nunca.
Porque, al fin, había aprendido que la verdadera fortaleza no era callar, sino atreverse a existir. Aún si existir significaba, a veces, romperse.
© copyrigth: Jose Luis Vaquero