Había una vez un hombre, un verdadero payaso que sin saber cómo ni por qué se empeñó en descifrar el misterio del tiempo y se puso a cavilar sin cesar sobre este concepto.
Pensó en teorizar como los antiguos griegos, también barajó la posibilidad de estudiar como lo entendía la cultura china, Confucio y sus ancestros, incluso se introdujo en el concepto romano y egipcio para tratar de comprenderlo.
Repasó a los grandes matemáticos, esos más cercanos que revolucionaron nuestro tiempo moderno, pero no le satisfizo ninguno de ellos.
Se entristeció y una lágrima rodó por sus mejillas hasta el suelo. El no ser capaz de comprender le hizo entrar en trance de su desconsuelo y una lágrima se le escapó, rodó desde sus mejillas hasta el suelo…
Y se preguntó por lo extraño del suceso pues solo trataba de teorizar sobre un pensamiento…
De pronto se le encendió una luz que iluminó su pensamiento. ¿Cómo es posible que un pensamiento al crear una emoción provoque en el cuerpo un proceso lacrimal hasta provocar la necesidad de llorar, de evacuar, que es un proceso físico de lo más normal?
Sentir la sensación del duelo de la lágrima al pasar por su mejilla, verla cómo se desplaza hasta que cae hasta el suelo, sentir el sonido de esta al hacerlo y apesadumbrarse, llenarse de desconsuelo al comprender lo que estaba sucediendo…
En ese instante, en ese preciso momento, cómo vuelve y todo el proceso vuelve a su comienzo, a la idea, la duda del pensamiento y cómo crea una emoción nueva nacida de la ilusión de todo el proceso…
Casi sin darse cuenta comprendió que es en realidad el tiempo… no es más que un simple proceso de sucesos…
© copyrigth: Jose Luis Vaquero.