» Los sueños no se venden, se siembran»
El metro avanzaba con un ritmo monótono, y Marta y Andrés se encontraron por casualidad en el mismo vagón. Él la reconoció de inmediato, aunque hacía años que no se veían. Con una sonrisa tímida, se sentó a su lado.
—¿Tienes algún sueño en venta? Necesito comprar al menos uno. Te lo pagaré con pasión —dijo Andrés, medio en broma, medio en serio.
Marta lo miró, sorprendida, pero luego sonrió.
—¿Un sueño? —preguntó—. Creo que los míos están un poco polvorientos. ¿Y los tuyos?
Andrés suspiró, mirando por la ventana mientras las luces de los túneles pasaban rápidamente.
—Los míos… bueno, algunos los perdí por el camino. Otros los cambié por facturas que pagar. Pero aún quedan algunos, creo. Aunque no sé si valen algo.
Marta asintió, como si entendiera perfectamente.
—A veces siento que la vida nos va quitando pedazos —dijo—. Como si cada día nos arrancara un poco de lo que éramos. ¿Te pasa?
Andrés la miró, y por un momento, su expresión se volvió más seria.
—Sí. Pero también creo que nos da cosas nuevas. Aunque a veces cuesta verlas.
El silencio se instaló entre ellos, solo interrumpido por el sonido del tren y las voces distantes de otros pasajeros. Marta jugueteó con el borde de su bolso, pensativa.
—¿Y si los sueños no son para venderlos, sino para compartirlos? —preguntó al fin—. Tal vez así pesen menos.
Andrés sonrió, esta vez con más calidez.
—Podría funcionar. Aunque no sé si alguien quiera compartir los míos. Son un poco… raros y muchos de ellos rotos.
—Los míos también —admitió Marta—. Pero tal vez, entre todos los pedazos, podamos montar algo nuevo como si fuera un puzzle de piezas aleatorias.
El tren comenzó a reducir la velocidad, y Andrés se levantó. Era su parada.
—Nos vemos, Marta —dijo, mientras se preparaba para bajar—. Y gracias por el sueño prestado.
Ella sonrió, y justo antes de que las puertas se cerraran, le dijo:
—Recuerda, los sueños no se venden, se siembran. Y a veces, florecen donde menos lo esperas.
Andrés asintió, y mientras el tren se alejaba, pensó que, tal vez, los sueños no estaban perdidos, solo esperaban el momento adecuado para renacer.
«Los sueños no se venden, se siembran», repitió para sí mismo, mientras caminaba hacia la salida.
©Jose Luis Vaquero