«Es dificil encontrarse sin perder nada en el camino»
Clara caminaba lentamente por el parque, siguiendo los paseos del río Tajo.
El agua fluía con con una fuerza inusitada, Talavera estaba en riesgo de inundación en aviso naranja, reflejando el cielo grisáceo de la tarde.
Sus pasos eran tranquilos, pero su mente era un torbellino como el que se producia al pasar el agua por los ojos del puente romano de la Ciudad de la Ceramica.
Llevaba días sintiéndose perdida, como si hubiera entrado en un laberinto sin salida. Y ahora, mientras el viento jugaba con su cabello, decidió mantener esa conversación consigo misma, en voz baja, como si el río pudiera escucharla.
—¿Qué estoy haciendo? —murmuró, mirando el agua—. A veces siento que la vida es como este río: fluye, pero yo me quedo atrapada en la orilla, sin saber cómo seguir.
El Tajo no respondió, pero su corriente con su inusitada fuerza parecía susurrarle algo. Clara continuó caminando, agarrandose de vez en cuando a la valla de protección, sintiendo que cada paso la acercaba a una verdad que no quería enfrentar.
—Es fácil perderse —dijo, como si estuviera confesándole algo al viento—. Tan fácil que ni siquiera te das cuenta de cuándo ocurre. Un día estás aquí, y al siguiente, ya no sabes quién eres. Y encontrarse… eso puede ser una locura.
Se detuvo un momento, observando cómo las hojas caídas de los chopos flotaban en el agua. Era como si el río se llevara consigo todo lo que ya no servía. Clara suspiró.
—Si me encierro en lo que no entiende, si dudo de todo lo que creía saber, ¿qué me queda? —preguntó, más a sí misma que al río—.
A veces siento que, al tratar de encontrarme, estoy perdiendo pedazos de mí. Como si cada respuesta que busco me costara un trozo de quién soy.
El Tajo siguió fluyendo, indiferente a sus preguntas. Pero Clara sintió que algo dentro de ella comenzaba a moverse, como si el agua le estuviera enseñando algo.
—Conocerse duele —dijo, con una voz más firme—. Hacerse preguntas duele.
Pero es necesario, ¿no? Como cuando el río limpia sus orillas, arrastrando todo lo que sobra. A veces, para encontrar el camino, hay que soltar lo que nos pesa.
Caminó un poco más, sintiendo que el aire fresco le limpiaba la mente, mientras observava a lo lejos el puente de hierro.
El río seguía allí, constante, recordándole que la vida también fluye, incluso cuando parece estancarse.
—No quiero perderme tanto que olvide cómo volver —susurró, como si hiciera una promesa al agua—. Quiero encontrarme sin dejar de ser yo. Aunque duela. Aunque cueste.
Y así, con el Tajo como testigo silencioso, Clara siguió caminando. Sabía que el viaje no sería fácil, pero también sabía que, como el río, ella podía fluir.
Podía limpiar sus orillas, soltar lo que ya no le servía y seguir adelante. Porque, al final, encontrarse no era solo sobre descubrir quién era, sino también sobre recordar quién siempre había sido.
Y eso, aunque duela, valía la pena.
©Jose Luis Vaquero