En un rincón apenas recordado de la ciudad, donde los sonidos urbanos y las voces de la gente se desvanecían, residía Samuel, un anciano. Su hogar era una pequeña casa llena de modestia y recuerdos; un refugio donde la sencillez adquiría grandeza. Las paredes desgastadas contaban historias de décadas anteriores, mientras que una taza de café siempre aguardaba pacientemente en la mesa.
El rincón de Samuel se volvía un punto de encuentro inesperado para aquellos que buscaban refugio del bullicio urbano. La puerta siempre estaba abierta para los extraños, y la cafetera siempre estaba lista para ser compartida. El aroma del café se mezclaba con el de los recuerdos, creando una atmósfera increiblemente acogedora.
Cada tarde, Samuel se sumergía en la lectura de un buen libro. Sus estantes rebosaban de historias que transportaban a sus visitantes a mundos lejanos y desconocidos. La lectura, para él, era una puerta a la compañía de personajes ficticios que, de alguna manera, se volvían reales en ese rincón lleno de magia.
La verdadera magia, sin embargo, estaba en las risas que resonaban. Samuel tenía el don de convertir la soledad en compañía y hacer que los momentos simples se volvieran memorables. Sus visitantes llegaban con el peso de sus días y salían con el alma aligerada, llevándose consigo las enseñanzas de un sabio anciano.
En el rincón de Samuel, la riqueza no se medía en posesiones materiales, sino en la conexiones humanas. Las risas improvisadas, las historias compartidas y las tazas de café se volvían monedas de intercambio en ese lugar, demostrando que, a veces, para encontrar la verdadera felicidad, solo se necesita un sitio acogedor y la compañía de almas afines. Así, día tras día, Samuel continuaba tejiendo su historia, dejando un legado de sencillez, amabilidad y sabiduría.
© copyrigth José Luis vaquero.
Es tan agradable escuchar a una persona mayor hablar y contar cosas de su época,de cuando eran jóvenes,de cómo cambia el mundo y las personas,son libros físicos.