«A veces no es que cambiemos es que nosquedamos entre dos vidas «
Clara y Marta estaban sentadas en el balcón del apartamento de Clara, con una taza de té humeante entre las manos.
Era una tarde tranquila, el sol se filtraba entre las cortinas y el murmullo de la ciudad sonaba a lo lejos.
Entre ellas había una complicidad de años, una amistad que permitía hablar de todo sin miedo a ser juzgadas.
Fue Clara quien rompió el silencio, con un tono reflexivo que llamó la atención de Marta.
—A veces no es que la persona cambie y se quede entre dos vidas —dijo Clara, mirando su taza de té como si las respuestas estuvieran en el fondo—.
A veces es que ya no confías, ves cosas que antes no veías, y desaparece la ilusión.
Marta la miró con atención, notando el peso de sus palabras.
—¿Te refieres a tu divorcio? —preguntó suavemente.
Clara asintió, con una mezcla de tristeza y resignación en los ojos.
—Sí. A veces, la gente te engaña, no siempre con malas intenciones, pero eso no significa que tengan razón.
Y arriesgarse… todo el mundo habla de arriesgarse como si fuera la clave de la vida. «Arriesgarse o morir», dicen.
Pero nadie habla del peso de arriesgarse y perder lo más grande que tienes.
Marta se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.
—Perdiste mucho, ¿verdad? —preguntó, con un tono comprensivo.
Clara suspiró, como si liberara algo que llevaba guardado por mucho tiempo.
—Casi pierdo a mi hija —dijo, con la voz quebrada—. La hice sufrir, y la libertad que supuestamente gané no me sirvió para nada. Solo me condujo a un destino solitario y vacío.
Hay madres que sueñan con esa libertad, con tener tiempo para ellas cuando los niños están con el padre.
Pero yo… yo no podía. Me quedaba tumbada en la cama, sin fuerzas ni para levantarme, llorando cada vez que Sofía no estaba conmigo.
Marta extendió la mano y la colocó sobre la de Clara, en un gesto de apoyo silencioso.
—Hice caso —continuó Clara—. Probé a separarme, busqué el amor, pensé que tal vez podía reconstruir mi vida.
Pero no llegó. Fue un desastre. Y al final, volví a mi zona de confort, donde me siento a gusto, contenta… donde no tengo que alejarme de mi hija.
Marta la miró con cariño, sin juzgarla.
—¿Y te sientes egoísta por eso? —preguntó.
Clara sonrió tristemente.
—Sí, a veces. Y si alguien piensa que estoy haciendo las cosas mal, lo acepto. Pero es mi decisión, mi vida. Sofía es lo más importante para mí, y prefiero quedarme a su lado, aunque eso signifique renunciar a otras cosas.
Marta asintió, comprendiendo.
—No eres egoísta, Clara —dijo con firmeza—. Estás eligiendo lo que te hace feliz, lo que te da paz. Y si eso es estar con tu hija, entonces estás haciendo lo correcto.
No todos tienen que entenderlo, pero es tu vida, no la de ellos.
Clara miró a Marta, agradecida por sus palabras.
—Gracias —susurró—. A veces necesito que alguien me recuerde que no estoy equivocada.
Marta sonrió, apretando su mano.
—Para eso estoy —dijo—. Para recordarte que, aunque el mundo te juzgue, tú sabes lo que es mejor para ti y para Sofía. Y eso es lo único que importa.
Y así, en ese balcón, con el sol de la tarde iluminando sus rostros, Clara y Marta compartieron un momento de comprensión y apoyo.
Clara supo que, aunque el camino no fuera fácil, estaba tomando las decisiones correctas para ella y su hija. Y eso, al final, era lo único que realmente importaba.
©Jose Luis Vaquero