¿Te aferras a quien eras? Un relato sobre soltar el pasado
Tengo una pregunta clavada entre las costillas, una de esas que arde cuando el silencio se hace demasiado ruidoso.
Necesito —no, quiero— que la guardes bajo la lengua hasta que notes su sabor amargo y dulce a la vez. Porque si la masticas despacio, si dejas que rompa tus esquinas como el mar desgasta los acantilados, te liberará.
¿Por qué insistes en abrazar con uñas y dientes a la persona que ya no eres? ¿Por qué te anclas al mismo pedazo de roca donde las olas te golpeaban sin piedad, donde tu piel era papel y el mundo un cuchillo afilado?
Tal vez repitas como un mantra: «Así soy yo», pero esa frase es sólo la cadena que te ata al fondo del océano, donde la luz no llega y los peces se alimentan de tus «yo nunca podría».
«Por qué nos aferramos a versiones pasadas»
No corras. No huyas del terremoto que sacude tus cimientos para dejar espacio a los brotes verdes. Lo nuevo que nace en ti no es un enemigo: es la semilla que plantó la tormenta.
Y sé que te repites, con voz temblorosa: «Estoy bien así, sobreviví a tanto…». Pero en la cueva más oscura de tu pecho, donde ni siquiera tú entras sin miedo, algo susurra que esa armadura que te costó años forjar ahora pesa más que lo que protege.
Miras atrás y ves las decisiones —esas fronteras dibujadas con tinta indeleble— que te tallaron como a un árbol: las morales que te hicieron renunciar, las familiares que te dejaron cicatrices en forma de sonrisa, las laborales que te enseñaron a morderte las lágrimas.
Pero no ves que ahora miras desde la montaña, y aquel valle de sombras donde creíste perderte queda tan abajo que apenas distingues sus contornos.
«El dolor de crecer vs. el dolor de estancarse».
Libérate...
Deja que el viento se lleve los «qué dirán», los «y si hubiera», los «no soy capaz». Notarás cómo tu sangre fluye más ligera, cómo el aire entra limpio en tus pulmones.
Las dudas se desvanecerán como humo, y esos miedos que coleccionabas —cada uno con su nombre y su hora de tortura— se convertirán en polvo entre tus dedos.
Los recuerdos, el peso de la armadura que no protege solo pesa.
No se trata de dejar de ser tú. Se trata de entender que eres el río, no la roca que lo estanca. Que la mujer que sobrevivió sigue ahí, pero ahora camina sobre las olas en lugar de ahogarse en ellas.
Y cuando te mires al espejo, verás los mismos ojos, pero iluminados por un fuego que ni siquiera reconoces.
Porque… los recuerdos, el peso de la armadura que no protege solo pesa y renacer duele, pero seguir prisionera de quien ya no existe duele infinitamente más.
©Jose Luis Vaquero.
[…] terquedad: Esa risa que sigue brotando igual cuando te sorprendes a ti misma. Esa rabia que aún sabe a hierro en la boca ante las injusticias. Esas ganas de vivir que persisten como raíces bajo la tierra […]