«Rompiendo Cadenas de lo Equivocado «
La cafetería está casi vacía, solo el murmullo de la cafetera y el crujir ocasional de una silla rompen el silencio.
Laura y Carlos están sentados en una mesa cerca de la ventana, cada uno con una taza de café entre las manos. Hace tiempo que no se ven, y la conversación fluye entre recuerdos y reflexiones.
—¿Sabes qué he estado pensando últimamente? —dice Laura, rompiendo el silencio mientras mira por la ventana—. En la soledad.
Carlos la mira, intrigado, y toma un sorbo de su café antes de responder.
—La soledad… —repite, como si la palabra tuviera un peso especial—. ¿Y qué has concluido?
Laura sonríe levemente, como si estuviera ordenando sus pensamientos antes de hablar.
—Que la soledad no es lo que siempre nos han hecho creer —dice finalmente—. No es solo tristeza, vacío o aislamiento. A veces, es libertad.
Carlo arquea una ceja, interesado.
—¿Libertad? —pregunta—. ¿Cómo es eso?
Laura gira su taza entre las manos, como si buscara las palabras correctas.
—Imagina que has estado en una relación que te consume, que te limita, que te hace sentir atrapado —dice—. Una relación en la que pierdes partes de ti mismo sin darte cuenta. Cuando eso termina, al principio duele, claro. Pero luego… luego te das cuenta de que la soledad que sientes no es vacío. Es la libertad después de la esclavitud.
Carlos asiente lentamente, como si esas palabras resonaran en él.
—Es como si hubieras estado encadenado sin darte cuenta —dice—. Y cuando te liberas, al principio te sientes perdido, porque ya no sabes cómo es vivir sin esas cadenas. Pero luego… luego empiezas a respirar de nuevo.
—Exacto —dice Laura, con una sonrisa triste pero sincera—. La soledad es esa libertad que te permite volver a ser tú. Es el espacio en el que puedes reconstruirte, redescubrirte.
Carlos guarda silencio por un momento, como si estuviera reflexionando sobre sus propias experiencias.
—Es curioso —dice finalmente—. Siempre asociamos la soledad con algo negativo, con algo que hay que evitar a toda costa. Pero nunca nos detenemos a pensar que, a veces, es necesaria. Que es parte del proceso.
Laura asiente, mirando su café.
—Sí —dice—. Y lo más importante es que nos invita a cuestionar nuestras relaciones. A preguntarnos si estamos con alguien porque realmente queremos estar, o solo porque tenemos miedo de estar solos.
Carlos suspira, como si esas palabras le pesaran.
—Es difícil —admite—. A veces nos aferramos a personas o situaciones que nos hacen daño solo porque nos da miedo enfrentar esa soledad. Pero al final, es peor quedarse en un lugar donde no puedes ser tú mismo.
Laura lo mira, sintiendo cómo sus palabras resuenan en ella.
—Sí —dice—. No todo lo que nos cobija es refugio. A veces, lo que creemos que nos protege es lo que nos está ahogando.
Hay un silencio entre ellos, pero no es incómodo. Es un silencio que habla más que las palabras, un silencio que dice todo lo que no se ha dicho.
—Laura —dice Carlos finalmente, con un tono suave—. Me alegra haber hablado contigo hoy. Ha sido… bueno, ha sido bueno recordar estas cosas.
Ella sonríe, sintiendo cómo algo dentro de ella se calma.
—A mí también —dice—. A veces necesitamos recordar que la soledad no es el enemigo. Que puede ser una aliada, si la dejamos.
Carlos asiente, y ambos se quedan sentados en silencio, observando el exterior a través de la ventana. El sol comienza a ponerse, pintando el cielo de tonos anaranjados y rosados. Y por un momento, todo parece tener sentido.
—Cuídate, Laura —dice Carlos, levantándose de la mesa.
—Tú también, Carlos —responde ella, viéndolo alejarse.
Y así, con el corazón un poco más ligero y un poco más sabio, Laura sigue sentada en la cafetería, disfrutando del silencio y del calor de su café.
Porque, al final, eso es lo único que puedes hacer: seguir adelante, recordando que la soledad no es el fin, sino el comienzo de algo nuevo.
©Jose Luis Vaquero