«El Espejo y la Sombra»
Había una vez alguien que pasaba sus días empeñado en luchar contra su propio reflejo.
Y… Cada mañana, al despertar, se enfrentaba al espejo con los puños apretados, tratando de vencer a ese rival silencioso que lo miraba con sus mismos ojos.
Gastaba sus fuerzas en golpear el cristal, ignorando que la batalla no estaba en la superficie, sino en la profundidad de su mirada y en su forma de mirar.
Un día, cansado y con las manos ensangrentadas, comprendió la verdad: no se puede abrazar la luz mientras se forcejea con la propia sombra.
Los miedos no desaparecen por ignorarlos; crecen en la penumbra, alimentados por el sudor de la huida.
Así que, respirando hondo, bajó los puños y, por primera vez, sostuvo la mirada de aquel extraño tan familiar.
Fue entonces cuando el espejo dejó de ser un campo de batalla para convertirse en un portal intradimensional.
Las grietas en el cristal ya no eran cicatrices de derrota, sino los caminos por donde comenzó a pasar, paso a paso, hacia una vida donde la valentía no era ausencia de miedo, sino el coraje de bailar con él.
Porque vivir no es elegir entre soltar o sostener, sino aprender que las manos abiertas pueden atrapar el viento…
©Jose Luis Vaquero
[…] la forma de los pliegues aunque ya nadie la use. Ya no había acusaciones que rasgaran el aire, ni lágrimas convertidas en armas […]