«Me voy a soltar…»
Había llegado el momento. Lo sentía en cada fibra de su ser, en cada respiro que le costaba más de lo normal, en cada paso que daba y que parecía hundirla más en un suelo que ya no la sostenía.
Llevaba tanto tiempo cargando una mochila llena de expectativas, de promesas rotas, de momentos que nunca llegaron a ser lo que ella esperaba.
Y aunque intentaba seguir adelante, cada día sentía que el peso era mayor, que la luz se hacía más tenue, que el aire escaseaba.
Él estaba ahí, siempre ahí, pero nunca del todo. Era como un eco, una sombra que prometía calor pero solo dejaba frío.
Lo amaba, sí, pero ese amor se había convertido en una cadena que la ataba a un lugar donde ya no quería estar.
Él sabía querer, sabía dar caricias y palabras bonitas, pero no sabía amar. No sabía crecer, no sabía evolucionar. Y ella, en su intento de sostenerlo todo, se había olvidado de sí misma.
Un día, mirándose al espejo, se reconoció. No era la mujer llena de vida que alguna vez fue, sino alguien que había permitido que sus sueños se congelaran, que su esencia se apagara poco a poco.
Y en ese momento, algo dentro de ella se quebró. No de tristeza, sino de claridad. Comprendió que no podía seguir así, que no podía permitirse quedarse en un lugar donde el amor era solo una palabra vacía, donde el frío era más fuerte que cualquier intento de calor.
Así que tomó una decisión. Una decisión que le dolía, pero que también la liberaba. «Voy a salir de ti», susurró, como si con esas palabras pudiera romper las cadenas que la ataban. «Me voy a soltar».
No era un acto de renuncia, sino de amor propio. Un acto de valentía para elegirse a sí misma, para ser fiel a quien era y a lo que merecía.
Sabía que él no lo entendería. Que tal vez nunca entendería por qué ella se iba, por qué ya no podía quedarse.
Pero también sabía que no importaba. Porque él estaba preparado para querer, pero no para amar. Y ella necesitaba más que eso.
Necesitaba alguien que estuviera dispuesto a crecer, a evolucionar, a caminar a su lado en lugar de quedarse estancado.
Así que, con el corazón en la mano y las lágrimas secándose en sus mejillas, dio el primer paso.
Un paso hacia adelante, hacia lo desconocido, hacia un futuro donde ella pudiera ser libre, donde pudiera respirar sin miedo, donde pudiera amar sin condiciones. Porque, al final, soltar no era perder. Era ganarse a sí misma.
Y mientras caminaba, sintió algo que no había sentido en mucho tiempo: paz. Porque sabía que, aunque el camino sería difícil, estaba eligiendo la vida. Estaba eligiéndose a ella. Y eso, eso era suficiente.
©Jose Luis Vaquero