La sombra de un recuerdo
Ana suspiró, su mirada perdida en la taza de café humeante que tenía entre las manos. La cafetería, siempre su rincón favorito, hoy se sentía como un escenario vacío, carente de la magia que solía impregnar cada rincón.
“Hecho de menos tus recuerdos, esos que nos mantenían unidos incluso desde la distancia“, repitió en voz baja, como si las palabras pudieran materializar los fantasmas del pasado.
Habían sido años de complicidad, de risas compartidas, de sueños tejidos a dos. La distancia, al principio, había sido un mero obstáculo que la ilusión había logrado superar. Pero con el tiempo, la distancia se había convertido en un abismo insalvable, fragmentando los hilos invisibles que los unían.
Ahora, mirando hacia atrás, no comprendía cómo habían llegado a ese punto. ¿Cuándo habían empezado a sentirse tan distantes, tan ajenos? ¿En qué momento los silencios incómodos habían sustituido a las conversaciones interminables? La situación era tan ambigua, tan amarga, que le resultaba difícil encontrar respuestas.
Recordaba las tardes de verano en su infancia, corriendo por la playa, construyendo castillos de arena. La sensación de la brisa marina en su rostro, la calidez de su mano entrelazada con la de él. Eran recuerdos vívidos, tan reales que casi podía sentir el sol en la piel. Pero aquellos recuerdos, tan puros y llenos de alegría, parecían pertenecer a otra vida, a una versión de ellos mismos que ya no existía.
A veces, por las noches, cuando la soledad se hacía más intensa, sacaba el viejo álbum de fotos. Hojeaba las páginas una a una, deteniéndose en cada imagen. Allí estaban ellos, jóvenes y enamorados, con la vida por delante. Y sin embargo, aquella felicidad parecía tan lejana, tan inalcanzable.
“Quizás el amor, como todo en la vida, tiene un ciclo“, pensó Ana, tratando de encontrar consuelo en esa idea. “Florece, crece y, finalmente, se marchita”. Pero a pesar de esa aparente sabiduría, una parte de ella se negaba a aceptar que su historia de amor hubiera llegado a su fin.
En ese momento, su teléfono vibró sobre la mesa. Era un mensaje de él. Un mensaje corto, sin importancia, pero que bastó para hacerla sentir un nudo en el estómago. ¿Qué significaba ese mensaje? ¿Era una señal? ¿Una esperanza? O simplemente, una casualidad?
Ana se levantó de la silla y se acercó a la ventana. Observó cómo la lluvia caía suavemente sobre la ciudad, borrando las huellas del día. Quizás, pensó, era hora de dejar de mirar hacia atrás y comenzar a construir un nuevo futuro. Un futuro donde los recuerdos tuvieran su lugar, pero donde también hubiera espacio para nuevas experiencias y nuevas emociones.
© copyrigth: Jose Luis Vaquero