» El abrazo de la tormenta»
El cielo se había teñido de un gris opresivo, como si el mundo entero contuviera la respiración.
Clara caminaba por el sendero que bordeaba el río, sus pasos lentos, casi arrastrados, como si cada uno de ellos pesara más que el anterior.
La tristeza la envolvía como una manta pesada, una que no podía quitarse de encima por más que lo intentara.
Había perdido algo—o quizás a alguien—y el vacío que quedaba en su pecho parecía abismal.
Esa mañana, mientras miraba por la ventana de su pequeño apartamento, había sentido que el mundo se desmoronaba a su alrededor.
Las lágrimas habían brotado sin aviso, como una tormenta repentina que no pedía permiso para desatarse.
Y en lugar de luchar contra ella esta vez, Clara se había dejado llevar. A veces, la tristeza era la mejor respuesta para la regeneración.
Lo había leído en algún lugar, una frase que en ese momento le pareció vacía, pero que ahora resonaba en su mente como un mantra.
El viento comenzó a soplar con más fuerza, agitando las ramas de los árboles y levantando pequeñas olas en la superficie del río.
Clara se detuvo, observando cómo las hojas caídas giraban en espirales antes de posarse en el agua como una eterna danza, sim prisa, en calma.
Era como si la naturaleza misma estuviera en un estado de caos, de transición. Y entonces, como si alguien hubiera apretado un botón, la lluvia comenzó a caer.
Al principio fueron solo unas gotas dispersas, pero pronto se convirtió en un aguacero torrencial. Clara no se movió. Permaneció allí, con el agua golpeando su rostro, mezclándose y arrastrando cada una de sus lágrimas.
La tormenta parecía reflejar su interior, un torbellino de emociones que no podía controlar. Pero en medio de ese caos, algo dentro de ella comenzó a cambiar.
No fue algo repentino, sino gradual, como el amanecer después de la noche más oscura. Clara sintió que la tristeza, aunque aún presente, ya no la ahogaba.
Era como si la lluvia hubiera lavado parte de su dolor, dejando atrás una sensación de calma que no había experimentado en meses. Respiró hondo, sintiendo el aire frío y húmedo llenar sus pulmones.
Y entonces, como si el universo hubiera estado esperando ese momento exacto, la lluvia comenzó a ceder. Las nubes se abrieron, dejando pasar los primeros rayos de sol.
Clara miró hacia el cielo, donde un arcoíris comenzaba a formarse, sus colores brillantes contrastando con el gris que aún persistía.
Sonrió, una sonrisa pequeña pero genuina, y supo que, aunque el dolor no desaparecería por completo, había encontrado algo que no sabía que estaba buscando: esperanza.
La tormenta había pasado, y con ella, una parte de su tristeza. Clara comprendió entonces que, a veces, es necesario atravesar el caos, la oscuridad latente en nosotros para encontrar y valorar la calma.
Y que, aunque el camino sea difícil, y la noche larga, la luz siempre llega al final. Solo hay que esperarla.
©Jose Luis Vaquero | salfueradeti.com