Conversaciones entre dos amigas
El café estaba casi vacío. Afuera, la lluvia golpeaba suavemente las ventanas, creando un ritmo constante que acompañaba la conversación de Clara y Sofía. Las dos amigas se conocían desde la infancia, y aunque sus vidas habían tomado caminos diferentes, siempre encontraban momentos como este para compartir sus pensamientos más profundos.
Clara, con su cabello recogido en un moño desordenado y una taza de té entre las manos, rompió el silencio.
—Sé que el amor no puede matar, pero a veces destruye y duele demasiado —dijo, mirando fijamente el vapor que se elevaba de su taza.
Sofía, sentada frente a ella con un café negro y un cuaderno abierto, levantó la vista. Sus ojos verdes reflejaban curiosidad y un poco de preocupación.
—¿Otra vez estás pensando en él? —preguntó, con un tono suave pero directo.
Clara asintió lentamente.
—No es que lo extrañe, no exactamente. Es más como… como si hubiera dejado una cicatriz. Algo que no termina de sanar.
Sofía inclinó la cabeza, estudiando a su amiga.
—Pero el amor no es algo que deba destruir, Clara. El amor es… es vida, es conexión. Si duele tanto, tal vez no era amor.
Clara sonrió con tristeza.
—Eso es lo que tú siempre dices. Pero no es tan simple. El amor puede ser hermoso y devastador al mismo tiempo. No es blanco o negro.
—Pero no debería ser así —insistió Sofía, cerrando su cuaderno y apoyando los codos en la mesa—. El amor debería sumar, no restar. Si te destruye, entonces algo está mal.
—¿Y si no es el amor en sí, sino cómo lo vivimos? —replicó Clara, jugando con la cuchara de su té—. A veces nos aferramos tanto a lo que sentimos que nos perdemos a nosotros mismos. No es que el amor sea malo, es que… nos duele cuando choca con la realidad.
Sofía frunció el ceño, tratando de entender.
—Pero si te duele, ¿no es mejor soltar? ¿Por qué quedarse en algo que te hace daño?
—Porque duele soltar también —respondió Clara, con la voz un poco quebrada—. Duele dejar ir lo que creías que era real. Duele aceptar que algo que te hizo sentir viva también te puede dejar vacía.
Sofía guardó silencio por un momento, observando a su amiga. Luego, tomó un sorbo de su café y dijo:
—Tal vez el problema no es el amor, sino nuestras expectativas. Esperamos que el amor nos complete, que nos salve, que sea perfecto. Pero no lo es. El amor es… humano. Y lo humano duele a veces.
Clara asintió, mirando por la ventana.
—Sí, tal vez tienes razón. Pero eso no quita que duela. Y duele tanto que a veces siento que no voy a poder levantarme de nuevo.
Sofía extendió su mano y la colocó sobre la de Clara.
—Te levantarás. No porque el amor te lo dé, sino porque tú eres más fuerte que el dolor. El amor no puede matarte, Clara, pero tampoco puede definirte.
Clara miró a su amiga, y por primera vez en la conversación, una sonrisa genuina asomó en su rostro.
—¿Cuándo te volviste tan sabia?
Sofía rió suavemente.
—No soy sabia, solo he aprendido a ver el amor como algo que complementa, no como algo que consume. Y tú también lo harás, cuando estés lista.
Clara suspiró, sintiendo un poco de alivio.
—Tal vez tengas razón. Tal vez necesito dejar de ver el amor como un enemigo y empezar a verlo como… como un mapa. Algo que me guía, pero que no me define.
—Exacto —dijo Sofía, sonriendo—. Y recuerda, no estás sola en este viaje. Yo estoy aquí, llueva o truene.
Las dos amigas se rieron, y por un momento, el peso de la conversación se aligeró. Afuera, la lluvia seguía cayendo, pero dentro del café, había un poco más de luz.
Clara tomó un sorbo de su té y miró a Sofía.
—Gracias. No sé qué haría sin ti.
—Lo mismo digo —respondió Sofía, abriendo su cuaderno de nuevo—. Ahora, ¿quieres un pedazo de pastel? Creo que nos lo hemos ganado.
Clara rió y asintió. Y así, entre risas y conversaciones, el dolor del amor se volvió un poco más llevadero. Porque, al final, no era el amor lo que las sostenía, sino la conexión que compartían. Y eso, sabían, era inquebrantable.
© Jose Luis Vaquero